Yo no creí que me fuera a casar!
Mi crianza con mi madre fue maravillosa. Ella me inculcó el valor de estudiar, trabajar, de ser independiente. Su experiencia matrimonial no había sido buena.Yo seguí el mandato familiar y así me embarqué en una vida llena de logros profesionales en retail, viaje por una buena parte del mundo trabajando y aún con tanta actividad, siempre estuve en una relación.
Mis ex fueron todos interesantes, muy divertidos. Todos con una bella particularidad: un buen corazón. Sin embargo con ninguno se veía fácil y fluida la tarea de emprender una vida juntos. Me parecía difícil. No creía que me fuera a casar. Hoy sé que faltó: alineación espiritual.
Cuando conocí a quien es hoy mi esposo, lo sentí único. Encontré un hombre extraordinario, literalmente como la palabra, capaz de hacer cosas fuera de lo ordinario. Ir detrás de sus sueños y realizarlos. Divertidísimo e intenso con la vida. Esas dos razones ya hacían interesante estar a su lado. Su corazón grande, grandísimo, sensible, amoroso y capaz de albergar a cientos.
Él superaba los buenos patrones de carácter con los que había mantenido mis pasadas relaciones, eso ya para mí era emocionante. Lo que trajo la vida con él, fue la maravillosa sorpresa de encontrarnos en “el camino espiritual”. Siempre fue importante para mí descubrir y mantenerlo inquieto. Para él, había sido una de sus maneras de seguir estando vivo, después de pasar por tanto. Su historia es interesantísima. Había emprendido el camino espiritual luego de haber encontrado fama, reconocimiento, depresión y hasta una debacle económica. Instructor de yoga, certificado en Biomagnetismo médico, kinesiólogo en discapacidad motora, y otras cosas más. Sobre todo amasado por la vida, viviendo al 100, respetando su camino. Lejos de vivir como un monje Zen, es una persona real, vital, dispuesto a crecer a pesar del dolor, honesto con sus limitaciones y noble con sus transformaciones que lo hacen tan él.
Este encuentro espiritual hizo que nuestra vida en pareja tuviera y tenga otro significado. El camino juntos se siente inagotable. Todo esto no lo hubiera logrado ni a mis 20, ni a los 30. Ni siquiera en la hermosa y presumible etapa de madurez de los 40. Lo logré porque me casé llegando a los 50, como dice una de mis mejores amigas: “! Los 50 son el secreto mejor guardado por la vida!”
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